
Durante el confinamiento y a lo largo de la “nueva normalidad” se han observado cambios significativos en la vida de las personas. Los estudios indican que los factores que más han afectado al bienestar psicológico y físico han sido la pérdida de hábitos y rutinas, y el estrés psicosocial (Wang, Pan et al., 2020). Aspectos que han podido contribuir al incremento de malos hábitos (ej: peor alimentación, alteraciones en el sueño, abuso de pantallas, adicciones etc.) y en consecuencia a problemas en nuestro estado físico (Ballureka et al, 2020) y emocional.
Los aspectos que han generado un mayor impacto psicológico durante este periodo han podido aparecer con más o menos frecuencia e intensidad. Entre ellos podemos señalar la incredulidad y sensación de irrealidad respecto a lo que está sucediendo a nivel mundial, la incertidumbre de no saber lo que pasará en un futuro próximo o el estado de alerta (o de supervivencia) que nos paraliza y nos impide actuar con claridad. Todos estos sucesos tienen que ver con la emoción del miedo, un miedo auténtico debido a la situación de peligro a la que estamos siendo expuestos. El miedo a enfermar o a que alguien de nuestro entorno enferme del Covid-19 u otras enfermedades (Ballureka et al, 2020); miedo a perder nuestro trabajo, a un ser querido, nuestros ingresos o incluso nuestro estatus social, son algunos de los factores que más se han podido observar durante este tiempo.
Por otro lado, esta situación de alarma ha generado en la mayoría de personas un gran sentimiento de impotencia por no poder hacer y actuar más allá de lo esperado, por tener que aplazar acontecimientos significativos (como una boda o un viaje), o por no poder despedirse de un ser querido que haya fallecido en estos días. También en un número considerable de personas ha provocado frustración al no poder cubrir sus necesidades básicas (como comer o poder pagar nuestras facturas), no disponer de información, pautas de actuación claras… (Brooks et al., 2020), aspectos relacionados con la emoción de la rabia.
Uno de los factores más significativos de esta pandemia ha sido la pérdida tanto de personas cercanas a nosotros, de derechos ya adquiridos como de necesidades vitales: comida, vivienda, compañía, trabajo, ocio, etc.., y la soledad de muchas personas, sobretodo de personas mayores que han recibido poco o ningún apoyo social… lo que contribuye a sentir la emoción de tristeza.
Con todo ello podemos apreciar como durante este confinamiento y después de él han aparecido un vaivén de emociones que han generado mucho estrés en la vida de las personas y un mayor riesgo de padecer a la larga problemas psicológicos.
Los resultados de un estudio realizado con muestra española en el que se evaluaron cuatro áreas relacionadas con la pandemia (comportamiento de contacto social, impacto financiero, situación laboral, estado de salud) indicaron que las mujeres mostraron más vulnerabilidad al grado de afectación de la pandemia, que el 15% de pequeños empresarios informaban estar en bancarrota y que más del 19% habían perdido una gran parte de sus ahorros por lo que no podían pagar su hipoteca o comprar alimentos. Otro datos a tener en cuenta es que la cifra del teletrabajo fue más baja que en otros países y que el 19% de las personas que dieron positivo (no del sector de la salud) habían tenido contacto cercano con un cliente infectado (Oliver, Barber, Roomp y Roomp, 2020).
Autores como Sprang y Silman ya informaron en 2013 que la población que ha vivido una cuarentena durante enfermedades pandémicas era más propensa a presentar trastornos por estrés agudo. También se ha señalado que hay más riesgo de sufrir problemas de salud mental cuando hay psicopatología previa o problemas económicos en estas situaciones (Wang, Zhang, et al., 2020). Además, las personas que han sufrido estigmatización o rechazo social por haber padecido el virus o por haber estado expuestas a la enfermedad pueden tener un peor pronóstico (Brooks et al., 2020).
Los síntomas psicológicos más comunes en población general han sido:
En otro estudio llevado a cabo con población asiática se observa que el 53% de las personas valoraba el impacto psicológico de la situación como moderado-grave, el 28% refería síntomas de ansiedad de moderados o graves, el 16% síntomas depresivos de moderados o graves y el 8% niveles de estrés de moderados o graves. El 75% afirmó que su principal preocupación fue que sus familiares se contagiaran de coronavirus (Wang, Pan et al., 2020). La prevalencia de síntomas de estrés postraumático un mes después de que se declarara el brote de COVID-19 fue del 7% (Liu et al., 2020) y del 4,6% un mes después del brote (Sun et al., 2020).
En España, los resultados en población infantil concluyeron que el 89% de niños presentaban alteraciones conductuales o emocionales como resultado del confinamiento (Orgilés et al., 2020).
Con el objetivo de ver los efectos de la cuarentena a medio y largo plazo Ballureka et al. (2020) estudiaron una muestra de población adulta española centrándose en la prevalencia del estrés agudo y del estrés postraumático. Observaron que el malestar psicológico aumentó en todos los grupos considerados de manera significativa y que en general, las personas encuestadas habían empeorado en casi todas las variables analizadas. Algunos de los resultados más significativos en cuanto al impacto psicológico se describen a continuación:
- Las variables que generaron mayor estrés y empeoramiento de la ansiedad y del miedo fueron: la incertidumbre, la preocupación por padecer o contraer una enfermedad grave (no sólo el coronavirus) y la preocupación por perder a seres queridos.
- Los síntomas depresivos, sentimientos pesimistas o de desesperanza y de soledad fueron mayores en personas que tenían síntomas previos o en los diagnosticados de la covid-19. Estos síntomas fueron menos significativos en personas de menor edad y en aquellos con más estabilidad económica y laboral. Lo mismo sucedía con los sentimientos de culpa pero con menor frecuencia.
- Los sentimientos de confianza y optimismo disminuyeron más en mujeres, en personas con peor situación laboral y en personas con sintomatología o diagnóstico de coronavirus.
- En relación a la sensación de vitalidad y energía los resultados fueron peores entre las mujeres, los grupos de menor edad y de menor riesgo, y entre los que tenían síntomas con o sin diagnóstico por covid-19. Las personas con una situación laboral menos favorable y los residentes en zonas más afectadas por la pandemia también obtuvieron resultados más negativos.
- Los sentimientos de irritabilidad y enfado aumentaron en toda la muestra, sobretodo en los grupos de menor edad, en las mujeres y en quienes tenían síntomas o diagnóstico de covid-19.
- En relación a la ansiedad, la depresión y la ira, gran parte de la muestra experimentó empeoramiento en los cambios de humor. Los resultados fueron más elevados en las mujeres, en el grupo de menor edad y de menos riesgo, en los de mayor nivel económico y en las personas con síntomas con o sin diagnóstico de covid-19.
- En cuanto a la salud física hubo un empeoramiento en mujeres, conforme disminuye la edad y en personas que vivían solas. Cuando la persona tenía asociado un diagnóstico de enfermedad física o agravamiento de una existente los resultados fueron peores. Siendo las mujeres y las personas que vivían solas las más afectadas.
- En relación a los hábitos y conductas de consumo se detecta un aumento significativo en el uso de pantallas: redes sociales, mirar la TV, uso de videojuegos (sobretodo en los más jóvenes) y un mayor consumo de alimentos hipercalóricos, bebidas alcóholicas, tabaco y medicamentos. Además, la actividad y el ejercicio físico había disminuido en la mayoría de la muestra frente a aquellos que lo habían aumentado a pesar del confinamiento.
Todos estos estudios coinciden con lo que desde la psicoterapia y la práctica clínica hemos ido observando durante todo este periodo. Se han apreciado diferencias significativas durante y después del confinamiento en diferentes perfiles psicológicos. Por ejemplo, contrariamente a lo que sucede habitualmente, durante el confinamiento personas con perfiles psicológicos más evitativos, obsesivos, dependientes o ansiosas han indicado sentirse mejor a nivel sintomatológico y más protegidos. Este dato coincide con los últimos resultados (aun no publicados) del estudio “Inteligencia Emocional, Ansiedad y Metacognición” que hace unos días presentamos en nuestro blog. En este estudio comparamos los resultados antes, durante y después del confinamiento y vemos como la Ansiedad ha disminuido durante el período confinamiento. Este dato podría explicarse por el hecho de que estas personas se sienten protegidas en casa, en su zona de confort y sin tener que hacer frente a todas las situaciones estresantes del día a día. Sin embargo, la vuelta a la normalidad o “nueva normalidad” les ha podido generar un incremento significativo de todos estos estresores, aumentando la sintomatología de forma significativa, tal y como ya estamos empezando a notar en la práctica clínica.
Por el contrario, durante la fase de confinamiento se dio un incremento del malestar en personas con dificultades en el control de impulsos (Ballureka et al., 2020). En general aumentaron notablemente las adicciones, sobretodo el incremento del uso de pantallas, el abuso de alcohol y tabaco. El ambiente familiar ha sido otro factor que se ha visto afectado durante este período. Se han dado muchos conflictos de convivencia y dificultades en la comunicación lo que ha conllevado separaciones, divorcios y, en el peor de los casos, un aumento de la violencia de género y del maltrato (John et al., 2020).
Por tanto, podemos concluir que el confinamiento ha generado un impacto psicológico negativo en la mayoría de las personas por diferentes causas y factores. En muchos casos ha supuesto la incidencia de múltiples estresores propiciando la aparición de malestar emocional y síntomas psíquicos que, sin un buen abordaje, pueden agravarse e incluso convertirse en problemas psicopatológicos en un futuro.
Para poder paliar el impacto y prevenir el malestar causado por esta pandemia, recomendamos intervenciones psicoterapéuticas que nos ayuden gestionar toda esta situación y alcanzar un buen ajuste psicológico y emocional. La psicoterapia puede ser muy beneficiosa para poder paliar todo este sufrimiento, pero dada las circunstancias del momento, han aumentado notablemente las intervenciones en formato online. Por lo que el tipo de formato puede ser crucial a la hora de realizar un proceso terapéutico. Para poder escoger el formato más adecuado en cada caso señalamos algunas ventajas y recomendaciones de cada modalidad terapéutica.
Podemos señalar que la psicoterapia online es recomendable para todas aquellas personas que por las circunstancias tienen dificultades para desplazarse o bien sufren fobias y miedos que les dificultan salir de casa, o para aquellas personas que temen contagiarse. La psicoterapia online nos aporta numerosos beneficios, algunos de ellos son:
- Nos permite establecer una relación terapéutica independientemente de la distancia o del espacio físico.
- Hay una mayor disponibilidad y flexibilidad de horarios, ya que nos facilita el acceso y la conexión desde cualquier lugar.
- También permite un abordaje más directo, sobretodo cuando se trata de casos de urgencia, lo que ayuda a prevenir situaciones de riesgo.
- Se ahorra tiempo en desplazamientos y por tanto en dinero.
- Facilita la terapia a personas tienen más dificultades para iniciar un proceso de modo presencial, dado a que se preserva más el anonimato.
- Se recomienda también para tratar situaciones puntuales, que no requieren de un proceso a largo plazo.
- Aunque es menos recomendable para tratar trastornos psicológicos o psiquiátricos graves.
Muchas personas pueden encontrarse incómodas realizando la terapia de forma online, ya sea porqué el foco de atención y del problema está en el núcleo familiar, o porque realizan teletrabajo y necesitan desconectar de las pantallas, o bien por la necesidad de la presencia y del contacto directo, etc. Los principales beneficios de la psicoterapia presencial son:
- Se facilita el contacto humano y la comunicación no verbal, tan importante en nuestra profesión.
- En general aparecen menos barreras en la comunicación (ej: dificultades en la conexión, ruidos, señales no verbales, etc.)
- Promueve otras vías de intervención a parte de la verbal, como pueden ser las técnicas y ejercicios experienciales y vivenciales con un mayor acompañamiento (ej: Técnicas de fantasía guiada, Mindfulness, rol playing, etc..)
- Hay mayor facilidad para crear el vínculo terapéutico, ya que la presencia física genera mucha más calidez humana.
- Cuando aparecen crisis (ej: de angustia o de pánico) o delirios se puede intervenir de forma más cautelosa y cuidadosa.
- Se puede abordar el caso de una manera más auténtica y profunda.
- Se recomienda sobretodo a las personas con trastornos mentales severos y a todas aquellas personas que necesiten un mayor contacto humano.